Tecnologías educativas: Novedades eran las de antes

Ejercicio reflexivo cerrando el 2021 y esperando el 2022

Inspiración

Mientran continúan las epifanías de lo nuevo y lo que vendrá y las siete, ocho o diez tecnologías de punta que cambiarán nuestro futuro o que cambiaron nuestra pandemia, este post está dedicado a la historia reciente, con una nota autobiográfica.

No estoy diciendo que no tengamos que hablar de lo nuevo. Hay muchas cuestiones que tenemos que desenredar, en particular dónde se han ido los jóvenes en los universos digitales que van surgiendo continuamente, dónde viven, dónde aprenden, pues en nuestras aulas y nuestras instituciones han dejado un holograma. Una foto con una webcam apagada (estamos hablando solos, adultos).

Pero esa es otra historia que interseca esta historia que me preparo a revisar. Hoy lo que me preocupa es alargar la mirada más allá de lo nuevo para ver en perspectiva la imagen compleja que se ha ido formando mientras agregamos piezas al rompecabezas en los últimos 25 años.

Lo que me motivó a escribir este post fueron estas palabras de Martin Weller, leídas en su libro “25 Years of Ed Tech” (25 años de Tecnologías Educativas):

…Historical amnesia (…) (was) one of the motivations for writing this book. If there is no shared history, then there is a tendency, seen repeatedly over these 25 years, for ideas to be rediscovered. A consequence of this is that it sees every development as operating in isolation instead of building on the theoretical, financial, and administrative research of previous work.

… La amnesia histórica (…) (fue) una de las motivaciones para escribir este libro. Si no hay una historia compartida, entonces hay una tendencia, repetida a lo largo de estos 25 años, a redescubrir las ideas. Una consecuencia de esto es que considera que cada desarrollo opera de forma aislada en lugar de basarse en el trabajo teórico, financiero y administrativo anterior.

Martin Weller, 25 Years of Ed Tech. (Conclusions: Reclaiming EdTech

¡Atención! Ni el mismo Weller trae una novedad, ya que entre las críticas que más he apreciado, antes de la pandemia que todo lo aumentó, he encontrado a Neil Selwyn (Distrusting Educational Technology: Critical Questions for Changing Times, 2013), Cristobal Cobo (Acepto las condiciones: Usos y Abusos de las tecnolgías digitales, 2019) y por supuesto la querida italianísima Maria Ranieri (Le insidie dell’ovvio. Tecnologie educative e critica della retorica tecnocentrica, 2011), y cómo olvidar en esta lista el blog de Audrey Watters, “Hack Education” y su reciente libro “Teaching Machines”: The history of Personalized Learning (2021). Todos ellos fueron desnudando el discurso tecnológico exitista, el tecno-entusiasmo, el exceso de integración, sin ser apocalíticos (tomando la dicotomía planteada por Umberto Eco).

Pero muy especialmente, no podría olvidar el llamado de atención histórico realizado por Larry Cuban, en su trabajo del 1986 Teachers and Machines: The Classroom Use of Technology Since 1920.

No pierdan este libro de Larry Cuban:
piedra angular de la crítica tecno-entusiasta

1986. 2011. 2013. 2019. 2021

Que la novedad (tecnoeducativa) genera un entusiasmo desmedido parece no ser una novedad.

Digo yo.

Y sin embargo, cada año nos enfrentamos a las novedad disruptiva, cambiadora, liberatoria. Esa novedad que nos liberará del peso de…

¿De cuál peso?

Hic rodus, hic salta.

Lo que nos debería dar la clave de lectura crítica, alertarnos del riesgo de superficialidad en la que nos dejamos caer, es la respuesta a esa pregunta: ¿De cuál peso nos libera la novedad tecnológica?

Pues generalmente se listan cosas positivas como acceder a contenido infinito y de gran calidad (decidida por otro en otra latitud, particularmente no en el Sur del mundo), entretener a nuestro estudiantado, hacer más rápidas las interacciones, mejorar el control sobre la o el estudiante específico hasta lograr que estudie sola o solo.

Es decir, la novedad tecnológica nos debería liberar de:

  • De preparar contenido para trabajar en clase
  • De evaluar la calidad del contenido educativo
  • De generar formas de interacción que permitan al estudiantado de participar activamente y de descubrir itinerarios de aprendizaje de los que se puedan apropiar.
  • De dar feed-back a nuestro alumnado sobre como progresan en su aprendizaje
  • De analizar los procesos de trabajo entablando un diálogo con nuestro alumnado con el cual trabajamos supuestamente en concomitancia para lograr un proceso integral e inclusivo de enseñanza y aprendizaje.
  • De tener tantos docentes dando vueltas por ahí con poco alumnado. Si no tienen que preparar contenido ni dialogar ni dar respuestas, pa’ que.

Al leer este listado, pregunto a cada educador que eligió la propia actividad por pasión si éste es un peso intrínseco, sentido como propio, o bien es un peso impuesto por un sistema que debe aumentar en modo infinito la productividad.

Sin embargo, la fascinación por la novedad puede tener una base genuina, que en realidad se enlaza más con la sentida necesidad de transformación educativa, es decir, de profundizar y mejorar los procesos que mencionamos más arriba. Democratizar el aula. Hacer circular el conocimiento. Desafiar las estructuras que privilegian las jerarquías y oprimen las bases.

Ahí vuelvo a enganchar con Weller. Al mirar el listado planteado como estructura de su libro, con cada capítulo dedicado a la tecnología mencionada, y leyendo su capítulo conclusivo, emerge con claridad que cada vez más nos hemos ido alejando del objetivo de la transformación educativa para encandilarnos con el medium y sus lógicas, hasta despertarnos, llegar a mirar ese medium y temerlo como a un monstruo:

  • 1994 – Bulletin Board Systems
  • 1995 – The Web
  • 1996 – Computer-Mediated Communication
  • 1997 – Constructivism
  • 1998 – Wikis
  • 1999 – E-Learning
  • 2000 – Learning Objects
  • 2001 – E-learning Standards
  • 2002 – The Learning Management System
  • 2003 – Blogs
  • 2004 – Open Educational Resources
  • 2005 – Video
  • 2006 – Web 2.0
  • 2007 – Second Life and Virtual World
  • 2008 – E-Portfolios
  • 2009 – Twitter and Social Media
  • 2010 – Connectivism
  • 2011 – Personal Learning Environments
  • 2012 – Massive Open Online Courses
  • 2013 – Open Textbooks
  • 2014 – Learning Analytics
  • 2015 – Digital Badges
  • 2016 – The Return of Artificial Intelligence
  • 2017 – Blockchain
  • 2018 – Ed Tech’s Dystopian Turn…

Según Weller los primeros años de los desarrollos tecnológicos desde el ‘94 el énfasis se puso en la potencialidad de comunicar a distancia, de abrir caminos y posibilidades de expansión del aula, de generar espacios de expresión para el estudiantado y el profesorado.

Sin embargo, siempre siguiendo a Weller, el creciente interés material generado por una industria EdTech determinaría una focalización en la tecnología como solución al problema educativo. Como solución fundamentalmente financiada por programas estatales o desde el bolsillo abierto por la preocupación de las familias frente a “competencias del mañana”. Y no digamos que no habíamos sido avisados antes sobre el problema, si tomamos en cuenta el trabajo temprano de Larry Cuban, no sólo el ya citado sino el mucho más icónico “Oversold & Underused: Computers in the Classroom” del 2001.

¿En tu provincia, región, país también pasó esto?

Hicimos poco o ningún caso, igualmente, y seguimos entusiasmándonos sin poner las cartas sobre la mesa, sin razonar sobre los fines últimos de nuestro quehacer humano, hasta que hace poco, nos vimos forzados a hacerlo (según Weller….yo no estoy tan convencida de que estemos llevando a cabo este ejercicio con profundidad).

En definitiva, todos contribuimos al gatopardismo tecnológico, en el que respondemos a una élite dominante de BigTech cuyo lema bien podría ser el del mítico noble Tancredi en su Sicilia natal:

 “Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi” 

Si queremos que todo quede como está, es necesario que (en apariencia) todo cambie.

Il Gattopardo (Giuseppe Tommasi, 1958). -El Gatopardo

(Retengo el aire) Mea culpa: mi historia dentro de la historia reciente de la tecnología educativa

Al leer el listado de Weller tuve una serie de flashback poco simpáticos y muy autocríticos sobre mi vida en y por las tecnologías educativas.

Ya en el 2005 abrazaba con fervor Moodle, pues lo que era más importante para mí en este contexto era la potencialidad de trabajar de manera global y muy especialmente de poder encontrar un lugar para mi identidad como educadora entre América Latina y Europa. Trabajaba en esos años en la implantación de un Máster entre la Universidad de Venecia y otras nueve universidades de Argentina, Brasil, Paraguay, España y Portugal.

Algo más tarde, en el 2007, creé la metáfora de un “contexto cultural ampliado” en ese diálogo internacional que también buscaba ser equitativo, inclusivo, decolonizador, de métisage cultural, a partir de la mediación tecnológica, en proyectos con Turquía y los Balcanes. También creamos con Brasil y Argentina la red de aulas “Alunos do Mundo” con sus experiencias narradas entre ventanas abiertas y puentes digitales. Mi entusiasmo partía, por aquel entonces, de la potencialidad de ese medio para conocer y explorar “la Otridad”. Es decir, que la tecnología quedaba siempre al servicio del fin educativo.

Pero fueron los años en los que fue lentamente surgiendo un entusiasmo desmedido por el Web 2.0, cuya retórica se ligaba a la idea de emancipación a través de Internet. Abrazábamos esta idea como formadores de educadores y la promovíamos. Los tecno-pedagogos nos sentíamos orgullosos de esa posibilidad, y ninguno de nosotros estaba demasiado consciente de lo que pasaba con las estructuras digitales que estabamos alimentando alegremente.

Y ello determinaba que yo y otros tantos festejáramos la “liviandad” del cloud, las metáforas de la emancipación del contexto de plataforma institucional, la velocidad de las redes, el multitasking, los nativos digitales. Yo me sumé, lo confieso, fui por ahí arengando y tratando de experimentar ese web pro-social. Llegó la primavera árabe y todos estábamos de acuerdo en seguir mirando las plataformas institucionales y la infraestructura digital como algo vetusto, una caja negra de la que podíamos prescindir.

Sin embargo, sólo la evolución cruenta y despiadada de la bestia tecnológica me permitió darme cuenta de cómo el caballo de Troya nos había engañado con su presencia fastuosa.

Las metáforas de redes, de libertad de palabra, de construcción de conocimiento, de saber de multitudes, de cultura participativa (por sólo mencionar algunas) se convirtieron en las menos utópicas metáforas post-verdad, engaño basado en inteligencia artificial, polarización facilitada por medios sociales, discurso de odio, ciber-bulismo, dependencia tecnológica. El problema moral del uso de la tecnología no había sido puesto al centro, concentrados como estábamos en comprender hasta dónde podíamos llegar.

Y eso, que tenía que ver con nuestro comportamiento como usuarios, todavía dejaba en la oscuridad algo mucho más preocupante: control, monetización de nuestros datos personales, perfilado, vigilancia, injusticia algorítmica o basada en los automatismos de productos vendidos a la administración de salud, educación o justicia, economía de la atención. Capitalismo cognitivo.

Pero cuando me desperté de este sueño de aula con ventanas abiertas a la luz del conocimiento y los puentes hacia la otridad, de los foros para hacer circular la palabra, me dí cuenta de que no nos habíamos estado ocupando del problema de la infraestructura tecnológica. Habíamos sobrevolado.

Otra vez, no digamos que no habíamos tenido señales. Cuando hablaba con los nerds del Software Libre en los albores del 2000, me parecía que el esfuerzo era demasiado grande mientras afuera todos bramábamos por conectarnos y crear. Ninguno quería ocuparse de servidores, instalaciones y código cuando con el Web 2.0 todo era tan fácil en el cloud. Todo estaba desmaterializado.

Hoy finalmente hemos comprendido los efectos de una tecno-estructura que no conocemos ni entendemos, cuyas raíces de bytes, servidores, velocidad de elaboración de datos se nos escapa.

Mea culpa. Miro para atrás y veo cómo fui, como muchos, encandilada por la novedad.

Respiración

Sin embargo, toda conciencia es generadora de resiliencia y de oportunidad de acción. Si podemos ocuparnos de esta mirada histórica, como nos invitaba a hacerlo Weller y Cuban, podemos volver, entonces, sobre el error de la “hubris” tecno-pedagógica.

Podemos desnudar ese error, decirlo, implicarnos en el cambio y en reconocer que no estamos haciendo lo suficiente para elegir infraestructuras digitales con una visión de futuro hacia la soberanía tecnológica. Con una comprensión más responsable de lo que necesitamos del componente tecnológico, desde su cuerpo indudablemente material, para trabajar sobre nuestras preguntas como educadores.

Si que hay ejemplos e ideas, discusiones, y en ello para mí es fundamental la voz de gente como Francesca Bria o el grupo Núcleo REA de la Universidad de la República del Uruguay o los grupos que están detrás de la distribución Huayra en Argentina...

Tendremos que dejar efectivamente el lado brillante” de la tecnología de plataforma para recorrer intrépidos su lado más difícil y oscuro. 

Amigos tecnólogos e informáticos, necesitamos vuestra ayuda, necesitamos que abran la caja de Pandora, y que estén atentos para escuchar nuestras expresiones de cautela, nuestras reflexiones éticas, pues esta tecno-estructura que con tanta facilidad pueden moldear Uds. tiene implicaciones y consecuencias que van más allá del quehacer técnico y tecnológico.

Co-creemos. Aprendamos sobre lo que no nos gusta. Atravesemos el puente. Ese es el llamado del tiempo de hoy.

Este es un movimiento difícil, me doy cuenta, cada contexto podría ofrecer más o menos oportunidades para ese trabajo conjunto.

Para el educador impaciente por hacer algo desde el primer Lunes del 2022 (poco después de recuperarse de los brindis del Año Nuevo) me voy a quedar con las cuatro sugerencias de Weller, en su invitación a ocuparnos de los elementos oscuros de la tecnología y del gatopardismo tecnológico:

  • Responsabilizarnos por el cuidado de nuestro estudiantado. Comprender los aspectos negativos de las tecnologías que ofrecemos y cuidar que éstos no impacten o no se desarrollen dentro de nuestro espacio.
  • Alimentar un sano escepticismo. No enamorarse de la tecnología que pega en la panza (el video emocional y motivacional, los miles de followers en Twich, la aceleración dopaminérgica y adrenalínica del videojuego, etc.)
  • Ayudar a que nuestro mismo estudiantado desarrolle un sano escepticismo. Y a que vea la historia. Nosotros somos más viejitos y hemos vivido, esa más que una ventaja, es una responsabilidad intergeneracional: trasmitir la experiencia para no repetir.
  • Investigar, evaluar, probar. Dejar de tomar en cuenta el carisma, la emoción y los likes, para que cuente la experiencia vivida, sistemática y contextualizada del uso de una tecnología.

A esta lista, yo agregaría:

  • Comprender la materialidad de la tecnología. Entender que nuestra nube (digital) de algodón consume tanto CO2 y se ve tan negra como la Londres de Charles Dickens. Lo pudimos aprender bien de el Atlas de la Inteligencia Artificial (Atlas of AI: Power, Politics and the Planetary Costs of Artificial Intelligence) de Kate Crawford. Y entender que la geografía física inventada en el Siglo XIX de los estados nacionales ha cedido a la geopolítica inmaterial de las BigTech. Por lo que para cuidar nuestra soberanía digital y nuestra capacidad de decidir sobre qué algoritmos usaremos o serán usados sobre nosotros depende de cuidar la soberanía digital. La pregunta sería: ¿Allí donde usamos un medio tecnológico, podríamos usar otro?

En definitiva, al cerrar este largo post de fin de año, mi balance (muy ayudado por la lectura de Weller!) me lleva a pensar que encontraremos un baricentro cuando dejemos de entusiasmarnos con la novedad (pariente cercana de la velocidad, la facilidad y el automatismo) para abrazar un enfoque cauto del desarrollo tecnológico. Esa cautela debería estar fundada en la aceptación de que los cambios sociales son lentos, son hijos de movimientos entre hegemonías y contra-hegemonías, entre generaciones pasadas y presentes, entre nuestros propios miedos ancestrales y nuestra racionalidad.

La tecnología seguirá creciendo, mutando, ofreciéndonos el horizonte de los sueños, porque son humanos quienes la generan y por eso mismo conocen tan bien su objetivo. Sí. Cualquier tecnología encierra una humana intencionalidad. Sobre todo la tecnología que se anuncia “sin algún componente humano”, “rápida”, “neutra”, “objetiva”, “novedosa”, queda ligada a intencionalidades de control y ejercicio de dominación (esto da para largo y ya lo traté en otros posts!). Por eso seguiremos enamorándonos de la promesa tecnológica del cambio rápido y fácil: por que se nos seguirá ofreciendo lo que nos falta, lo que nos completa.

A menos que nos concentremos, exante, en que el simple principio que existir (como ser individual y como colectivo social) es un trabajo de tiempo completo y la tecnología puede ser sólo un instrumento para mediar ese trabajo. A menos que aceptemos que somos incompletos, un trabajo en construcción lento.

Tenemos que tomarnos ese tiempo. 

Es el tiempo de la responsabilidad y del cuidado de los otros (humanos) y del contexto (o planeta). Es ese nuestro problema último, no nuestro último problema.

¿O no?

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